sábado, 11 de septiembre de 2010

ARQUEOLOGIA INDUSTRIAL

Redactado por los profesores de arqueología de la Universidad de La Laguna Camalich Massieu y Martin Martín, y publicado en la red en el mismo blog, el siguiente artículo pasa a formar parte desde el día de su publicación, el 9 de diciembre de 2009, en parte de la línea de pensamiento que defiende la nueva Asociación de Amigos del Espacio Cultural El Tanque:

“Patrimonio Industrial versus Patrimonio Arqueológico Industrial.
Resulta llamativo que en este mundo globalizado donde el acceso al conocimiento a través de las modernas técnicas de información y comunicación lo han transformado radicalmente, se produzcan comentarios carentes de la más mínima documentación, como los realizados por D. Miguel Ángel González Batista, en relación al texto elaborado para solicitar adhesiones a la protección integral del espacio cultural El Tanque de Santa Cruz de Tenerife, y que son claro reflejo de una visión del Patrimonio, cuando menos, anacrónica y en clara sintonía con una concepción estética y “monumental”.
Veamos, el Patrimonio, como documento construido que es, no es ajeno al proceso de su construcción, sino que está condicionado y determinado por una idea superestructural de lo histórico. En consecuencia, sus estragos, lejos de ser sólo teóricos, también son materiales.
A lo largo del último tercio del s. XX se va asistiendo a una casi polarización de las visión del patrimonio, entre una que intenta mantener el espíritu inicial de valorar la historia de los fenómenos, como vía para explicar e informar la dinámica del hombre y de la mujer viviendo en sociedad, y otra que se ha desarrollado muy vinculada con el historicismo, con planteamientos teóricos y metodológicos vinculados a la tradicional visión de la historia del arte, donde el objetivo no es otro que sustituir la explicación histórica del bien por su goce o disfrute estético.
En el primer caso, hay que entenderlo en el marco de los profundos cambios y/o reconversiones que se han producido en el paisaje industrial y económico en el mundo occidental de ese final del s. XX, que conllevó de inmediato alteraciones profundas en la estructura social, proporcional a la importancia que en la trama económica tuviera la actividad específica afectada, ya fueran la minería en las diferentes cuencas o los astilleros navales en las más diversas áreas portuarias de Europa o América, o los complejos de transformación de los derivados del combustible fósil, como ha ocurrido en Santa Cruz de Tenerife.
Esta profunda transformación socio-económica generaba, también, grandes espacios de la trama urbana que quedaban marginados, saqueados, y en procesos rápidos de destrucción, a pesar de su profunda e innegable vinculación a la memoria histórica de esas poblaciones y comunidades. En consecuencia, y frente al desarrollismo que paralelamente se iba generando, bajo el estandarte del progreso y la “imagen” que había que dar al fenómeno del turismo y el tiempo del ocio, se va a asistir a la reivindicación de ese pasado inmediato: el inicio de la valorización del Patrimonio Industrial.

Será a partir de entonces cuando se produzca, en diferentes países, especialmente en Europa Occidental, la puesta en marcha de mecanismos dirigidos, no sólo a la protección, recuperación y revalorización de ese patrimonio, sino, además, a arbitrar soluciones para la puesta en uso público de esas evidencias materiales, convertidas en testigos del desarrollo económico-social alcanzado en el pasado reciente, en lo que podemos considerar, sin la menor duda, como de la “reconversión” de los “restos” del pasado industrial, que organismos internacionales como la UNESCO o el Consejo de Europa lo han incorporado, desde hace años, como elementos materiales de atención particularizada desde la perspectiva cultural y de explicación histórica. Además, comienzan a ser altamente valorados como fuente importante de recursos por la demanda, cada día mayor, del llamado “turismo ocio-cultural”.
Para ello se impone la necesidad de precisar este nuevo concepto patrimonial. De ahí que desde el International Commitee For The Conservation Of The Industrial Heritage, se defina y reivindique el Patrimonio Industrial como “los restos de la cultura industrial que poseen un valor histórico, tecnológico, social, arquitectónico o científico. Estos restos consisten en edificios y maquinaria, talleres, molinos y fábricas, minas y sitios para procesar y refinar, almacenes y depósitos, lugares donde se genera, se transmite y se usa energía, medios de transporte y toda su infraestructura, así como los sitios donde se desarrollan las actividades sociales relacionadas con la industria, tales como la vivienda, el culto religioso o la educación.”
Para gestionar de manera adecuada esas evidencias, el punto de encuentro disciplinar viene marcado por la Arqueología, como vía por la que se accede al conocimiento con la concurrencia interdisciplinar de la historia, la geografía, la geología, la arquitectura, el urbanismo, la economía o la sociología. Pero hablamos de una Arqueología moderna, actual, de una disciplina científica que ha experimentado, a partir de mediados del siglo XX, profundas transformaciones en sus métodos, técnicas y objeto de estudio. Tan intensa ha sido esa transformación que en el momento actual, y en lo concerniente al objeto de estudio, existen lo que llamamos múltiples “Arqueologías” que van desde el estudio de evidencias tan materiales y tangibles, como la Arqueología Industrial que es la que nos ocupa, a otras con evidencias no tan empíricas, como la Arqueología del Género o la del Paisaje.
Porque de la misma manera que Atapuerca, Itálica o La Alhambra materializan la monumentalidad de algunos momentos del desarrollo histórico y como tal forman parte de nuestro patrimonio, depósitos y galerías de agua, torres y galerías de extracción minera, silos, puentes, estaciones ferroviarias, antiguas fábricas, viejos mercado, máquinas de vapor, hornos de cal, turbinas, grúas, altos hornos, pescantes, los complejos industriales orientados a la transformación de materias primas básicas, como es el caso de la Refinaría de Santa Cruz de Tenerife, son las formas que deben conservarse y protegerse, ahora en la época postindustrial, como elementos materiales que marcan el desarrollo producido a partir de la Revolución Industrial.
De todos ellos hay ejemplos en otras ciudades que los han preservado y transformado en iconos de la memoria colectiva de unas generaciones que nos obligan -con las medidas adecuadas de conservación y máximas garantías jurídicas de protección-, a trasladarlos a la sociedad actual reconvertidos hacia nuevos usos institucionales y/o colectivos. Porque si no es así, en ese proceso lento e indisoluble que el paso del tiempo y los nuevos avances tecnológicos imponen, estarían condenados a su “sustitución/desaparición”, y, en consecuencia, participaríamos en la pérdida de elementos materiales únicos e irreversibles que nos permiten acceder, como Patrimonio heredado, al conocimiento de nuestra Historia más reciente.
El Tanque 69 formó parte de la compleja infraestructura industrial, construida en la primera mitad del siglo XX en Santa Cruz de Tenerife, para el almacenamiento y refinado del crudo. Este complejo, que marcó un antes y un después en la Historia Reciente de Santa Cruz en particular y de la isla de Tenerife en general, no sólo debe ser considerado como elemento material del período histórico al que hace referencia sino, además, como ejemplo de recuperación de un espacio cuya funcionalidad inicial queda superada por una reorientación hacia la Cultura y el ocio. En definitiva, El Tanque materializa una parte de nuestro Patrimonio Industrial-Patrimonio Arqueológico Industrial y utilizándolo como espacio cultural llenamos de contenido los conocimientos, los recuerdos, las imágenes y todo lo que configuró y organizó la trama económico-social de origen industrial que ha tenido lugar, de manera excepcional, en Santa Cruz de Tenerife en el siglo XX.
En el segundo caso, como se ha comentado, el espíritu que se ha desarrollado está asociado con el historicismo, con propuestas vinculadas a otros planteamientos estéticos, donde el objetivo no es otro que sustituir la explicación histórica del bien por su goce o disfrute formal. Y, desde este posicionamiento, es explicable que no se ajuste a la acepción etimológica que presentan, entre otros, el Diccionarios de la Lengua Española de la Real Academia Española y fuente de conocimiento, al parecer y en esta materia, de D Miguel Ángel González, que, por otra parte, se aleja con lo que, como profesionales, hoy se desarrolla como práctica de investigación e interpretación de la documentación arqueológica.

En definitiva, lo que en dicho escrito se refleja, a tenor del contenido y, especialmente, del tono de la redacción, no es otra cosa que el espíritu de la vieja idea de la Historia instrumentalizada, tanto desde el punto de vista político como ideológico. En consecuencia, convertida, en mero ejercicio de disfrute o distracción personal, al margen de toda consideración de su realidad, verosimilitud o valor científico. Y, desde esa perspectiva elitista y clásica, el Tanque 69, como muchos otros yacimientos arqueológicos, monumentos históricos o artísticos, no son considerados en determinados sectores de nuestra Comunidad como homologables a los así denominados en ambientes continentales. La explicación es que, desde la perspectiva social, y especialmente la política, a pesar de la originalidad y singularidad de nuestro patrimonio, no se le reconocen los valores intrínsecos, ni la pátina de vejez, con que tradicionalmente y en el mundo intelectual internacional se entiende debe sustentar a un Bien Patrimonial.”